Páginas

VISITANTE Nº

viernes, 30 de noviembre de 2012

Rothfuss, en casa del Tolkien estadounidense.


Son las diez de la mañana en Stevens Point (Wisconsin), y el termómetro pasa por poco de los cero grados. La cafetería en la que espero al entrevistado es un lugar pequeño, familiar, cálido. Un olor a pan recién hecho flota en el ambiente, que se agita cuando un hombre alto, grueso y barbudo entra en el local. La camarera sonríe al recién llegado y le prepara un té orgánico sin que este pida nada, mientras me levanto a estrechar su mano. Va vestido tan solo con unos vaqueros y una camiseta negra de la serie de televisión «Serenity». Viendo su porte humilde y desaliñado pocos adivinarían que están ante un profesor universitario, y menos aún que se encuentran ante uno de los autores de literatura fantástica más famosos del planeta.

Su conversación tampoco lo deja traslucir. En lugar de hacer como muchos entrevistados, que dedican las primeras frases del encuentro a dejar constancia de su éxito o a reservarse cautelosamente, Patrick Rothfuss tarda poco tiempo en reír a carcajadas, inflando sus generosos y enrojecidos carrillos, mientras comenta el final de un cómic de Batman. Su voz es suave y su mirada limpia, casi de niño pequeño. Una inocencia que ha aprendido a esconder cuando posa para las fotos, consciente de laimagen de intensidad que los lectores esperan en un escritor. Es el único leve rastro de vanidad que deja entrever en las ocho horas que pasamos juntos. Algo inaudito en un hombre que ha alcanzado dos veces lo más alto de la lista de bestsellers del New York Times, ha sido traducido a 32 idiomas y vendido millones de libros. En España ya pasa de 200.000 ejemplares con su primera novela, «El nombre del viento», cuya continuación llegará el próximo jueves a las librerías.

«Creo que el éxito de la saga de Kvothe (se pronuncia Cuouz) se debe a que es diferente de las historias con grandes eventos. En este caso el héroe no necesita de un ejército e inmensas batallas, su drama personal es el de su propio crecimiento», afirma Rothfuss. La trama de la trilogía narra cómo Cronista, un famoso bardo itinerante, llega por casualidad a la remota posada de Roca de Guía, donde encontrará a un posadero pelirrojo y de mirada penetrante. Enseguida se dará cuenta de que ese es Kvothe, el Asesino de Reyes. Mago, ladrón y estudiante, cientos de leyendas circulan sobre su nombre, pero aunque en ellas reside una pizca de verdad, la verdad sobre su historia es aún más increíble. Kvothe se compromete a contársela a Cronista a lo largo de tres jornadas, que se corresponden con cada una de las tres novelas.

«El atractivo de Kvothe reside en el secreto, en lo que va revelando sobre su vida», dice Rothfuss. A diferencia de las historias de fantasía clásica, en la narrativa del autor de Wisconsin la vida se refleja con toda su crudeza, sin elipsis ni estilizaciones. Por eso Rothfuss admite sin ambages su conexión con Don Quijote. «Ambos son el mismo tipo de personaje, héroes imperfectos en un mundo sucio y polvoriento que intenta aplastarlos». Ríe cuando le digo que el mayor riesgo de «El temor de un hombre sabio» es precisamente caer aplastado bajo su peso. Son 1.200 páginas de letra apretada con 400.000 palabras. «Si juntaras los tres primeros libros de Harry Potter y el primero de “Los juegos del hambre”, aún te faltarían palabras», afirma con orgullo.

Dejamos la cafetería y subimos a su coche, un anticuado y pequeño Ford que Rothfuss parece llevar puesto más que subido en él. «Era de mi madre», dice por toda explicación. «Nunca me he gastado más de 5.000 dólares en un trasto que solo sirve para ir de un lado a otro». Conduce hasta su casa, donde me presenta a su mujer y a su hijo, un rarísimo honor. El pequeño corretea descalzo por la casa, ajeno a que es una celebridad en internet. Protegiéndole bajo el seudónimo de Oot, Rothfuss narra en su blog las cosas que el pequeño le cuenta, y los fans le mandan mensajes y regalos. La visita termina en una larga conversación en su despacho, situado en el último piso de una destartalada casa de estudiantes que Rothfuss compró y ha convertido en su lugar de trabajo. La planta baja está ocupada por montañas de libros que el autor subasta en su blog. Recauda dinero para el Tercer Mundo, un destino al que van buena parte de sus derechos de autor. Es una manera de librarse de la presión de la fama, que cayó sobre él como una losa. «Era más feliz antes. Ahora mi felicidad proviene de mi hijo y de mi ONG. Esto se ha convertido en una responsabilidad». Tal vez por eso el suelo de su despacho está alfombrado con decenas de versiones de la última parte de la trilogía, que corrige obsesivamente y para la que no hay fecha aún. No puedo resistirme, tomo una de ellas y leo la última página. Le miro con la boca abierta por el asombro y me guiña un ojo, cómplice. Así es Rothfuss.

No hay comentarios:

Publicar un comentario