«Juego de tronos», la serie inspirada en las novelas de
George R. R. Martin, ha desatado el fenómeno fan hasta el fanatismo. Es la
pasión por el género de espada y brujería.
La idea de crear un mundo que no
es nuestro mundo y que tiene su propia lógica pero que no es la lógica del
mundo que conocemos es relativamente nueva dentro de la Historia de la cultura. J.
R. R. Tolkien la expuso en una conferencia del año 1939 titulada «Sobre
los cuentos de hadas», donde habla de algo que él denomina «mundo
secundario». Un mundo secundario, según Tolkien, es aquel que a) no
tiene ningún vínculo con el nuestro (aunque en realidad su Arda es
nuestra Erde, Earth, la Tierra); b) es imposible de acuerdo
con el sentido común; y c) es coherente dentro de sus propias
reglas, las cuales no pueden ser arbitrarias.
La fecha, 1939, me parece
significativa, como también lo es que Tolkien comenzara a construir el inmenso
«mundo secundario» que ocupó toda su vida creativa a su regreso de los
campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. Como si la idea del «mundo
secundario» surgiera al ritmo de las dos guerras mundiales, como si el exceso
de horror trajera el deseo, bastante comprensible, de imaginar otro mundo
distinto de este.
No cabe duda de que el gran
clásico del género es Tolkien
La idea del «mundo secundario» se
parece a la del «mundo paralelo» de la física cuántica, con su «multiverso»,
sus realidades alternativas y sus partículas que desaparecen tragadas por dimensiones
desconocidas. Pero es, sobre todo, un motivo central de la poética
posmoderna. En «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», aparecido en 1941, Jorge
Luis Borges describe a una sociedad empeñada en construir un mundo
imaginario donde no solo hay otra geografía y otras lenguas, sino también otro
funcionamiento de la física y de las leyes de la naturaleza. La idea de que las
leyes de nuestro mundo son un «juego» y que por tanto otras leyes, otros
«juegos» son posibles, permea la actitud deconstruccionista posmoderna. Stanislaw
Lem imagina en «La nueva cosmogonía» (Vacío perfecto) que las
leyes físicas del universo son en realidad parte de un enorme juego
cósmico. Si nuestra física no es la única posible, podemos imaginar otros
mundos cuya física contemple como normal lo que nosotros consideramos «magia».
Lemuria, Atlántida, Urantia
La literatura de la era
posmoderna está llena de mundos secundarios, mundos paralelos, falsos mundos,
historias posibles, falsas historias. Pensemos en obras tan distintas como Cien
años de soledad, de García Márquez, obra de historia paralela
de un mundo perfectamente lógico aunque lleno de leyes «mágicas»; Ada o
el ardor, de Nabokov; Giles el chico cabra, de John
Barth; El hombre del castillo, de Philip K. Dick; Aegypto,
de John Crowley; El testimonio de Yarfoz, de Sánchez
Ferlosio; Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa; Hijos
de la medianoche, de Salman Rushdie; Ígur Neblí, de Miquel
de Palol, y tantas y tantas otras… Siempre he considerado El Señor
de los anillos, con su reutilización y recombinación de géneros (los mitos
celtas, las sagas islandesas, la novela de aventuras, las óperas de Wagner) y
su creación de una realidad y una historia alternativas, una de las primeras
obras de la literatura posmoderna.
La Edad Media de «Juego de
tronos» está dominada por la lujuria
Otra fuente importante de los
«mundos secundarios» la hallamos en la idea de la «historia desconocida del
mundo» tal como la expone H. P. Blavatsky en La
doctrina secreta (1888). Helena Blavatsky cuenta una historia dividida
en grandes eras separadas por cataclismos, que se parece mucho, en sus perfiles
generales, a la de Tolkien. Más tardeRudolf Steiner retomaría esta
«historia oculta» en sus escritos, en los que los continentes de Lemuria,
primero, y de Atlántida, más tarde, tienen un papel crucial. El libro
de Urantia, una obra gigantesca que fue durante muchos años el libro de
cabecera del compositor alemán Stockhausen, también cuenta una «historia
secreta» del mundo con otros continentes, otras razas, otra historia y otros
dioses. En la «historia secreta» de Tolkien, Arda pasa por cuatro
etapas: al principio es un disco plano dentro de una esfera; en la cuarta etapa
comienza a girar alrededor del sol y es la humanidad, por fin, la que la
domina.
El éxito de Conan
Lord Dunsany unió por primera
vez el mundo de las hadas y el humano en su novelaLa hija del rey
del país de los elfos, publicada en una época (1924) en que Tolkien ya
trabajaba en El Silmarillion, su gran obra maestra desconocida. Hay
otros títulos importantes: Conan el Conquistador (1950),
de Robert E. Howard, un personaje que tendría una larga fortuna en
el cómic; La espada rota (1954), de Poul Anderson,
donde los humanos se codean con los elfos y los trolls; Portadora
de tormentas (1965), de Michael Moorcock, o Las
espadas de Lankhmar(1968), de Fritz Leiber. Este último libro
merece un comentario especial, no solo porque Fritz Leiber es quien acuñó el
término «espada y brujería» con que suele designarse el género, sino porque
esta novela presenta una clara alternativa terrenal y depravada al mundo casto
y místico de Tolkien. La abundancia de escenas eróticas, el lenguaje
grueso y la afición por los prostíbulos de los personajes de Leiber
nos llevan directamente al mundo de Juego de tronos, de George
R. R. Martin, cuya Edad Media aparece dominada por la más desenfrenada
lujuria.
«El Señor de los anillos»
mezcla mitos, sagas, aventuras y ópera
No cabe duda de que el gran
clásico es Tolkien, que además de ser medievalista, especialista en inglés
antiguo y estudioso de lenguas como el galés, el finés y el islandés, cuyas
tradiciones literarias conocía a la perfección, vivió la guerra en su propia
carne, y que quizá por esas circunstancias logró dar a sus obras una intensidad
y una realidad que no suelen ser corrientes. El género oscila entre
maravillascomo la Saga de Geralt, de Rivia de Sapkowski; la
Terramar de Ursula K. Le Guino curiosidades como Dudo
Errante (Riddley Walker), de Russell Hoban, con su fascinante inglés del
futuro, por un lado, y sagas gigantescas como La rueda del
tiempo, de Robert Jordan, cuyos miles de páginas suelen ocupar
un mueble entero en las librerías y que, como las novelas de George R. R.
Martin o las de Patrick Rothfuss, se sitúan claramente en el territorio
de la literatura de entretenimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario