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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Juego De Tronos: Espada y Brujería.


«Juego de tronos», la serie inspirada en las novelas de George R. R. Martin, ha desatado el fenómeno fan hasta el fanatismo. Es la pasión por el género de espada y brujería.


La idea de crear un mundo que no es nuestro mundo y que tiene su propia lógica pero que no es la lógica del mundo que conocemos es relativamente nueva dentro de la Historia de la cultura. J. R. R. Tolkien la expuso en una conferencia del año 1939 titulada «Sobre los cuentos de hadas», donde habla de algo que él denomina «mundo secundario». Un mundo secundario, según Tolkien, es aquel que a) no tiene ningún vínculo con el nuestro (aunque en realidad su Arda es nuestra Erde, Earth, la Tierra); b) es imposible de acuerdo con el sentido común; y c) es coherente dentro de sus propias reglas, las cuales no pueden ser arbitrarias.

La fecha, 1939, me parece significativa, como también lo es que Tolkien comenzara a construir el inmenso «mundo secundario» que ocupó toda su vida creativa a su regreso de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. Como si la idea del «mundo secundario» surgiera al ritmo de las dos guerras mundiales, como si el exceso de horror trajera el deseo, bastante comprensible, de imaginar otro mundo distinto de este.
No cabe duda de que el gran clásico del género es Tolkien

La idea del «mundo secundario» se parece a la del «mundo paralelo» de la física cuántica, con su «multiverso», sus realidades alternativas y sus partículas que desaparecen tragadas por dimensiones desconocidas. Pero es, sobre todo, un motivo central de la poética posmoderna. En «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», aparecido en 1941, Jorge Luis Borges describe a una sociedad empeñada en construir un mundo imaginario donde no solo hay otra geografía y otras lenguas, sino también otro funcionamiento de la física y de las leyes de la naturaleza. La idea de que las leyes de nuestro mundo son un «juego» y que por tanto otras leyes, otros «juegos» son posibles, permea la actitud deconstruccionista posmoderna. Stanislaw Lem imagina en «La nueva cosmogonía» (Vacío perfecto) que las leyes físicas del universo son en realidad parte de un enorme juego cósmico. Si nuestra física no es la única posible, podemos imaginar otros mundos cuya física contemple como normal lo que nosotros consideramos «magia».

Lemuria, Atlántida, Urantia
La literatura de la era posmoderna está llena de mundos secundarios, mundos paralelos, falsos mundos, historias posibles, falsas historias. Pensemos en obras tan distintas como Cien años de soledad, de García Márquez, obra de historia paralela de un mundo perfectamente lógico aunque lleno de leyes «mágicas»; Ada o el ardor, de NabokovGiles el chico cabra, de John BarthEl hombre del castillo, de Philip K. DickAegypto, de John CrowleyEl testimonio de Yarfoz, de Sánchez FerlosioEscuela de mandarines, de Miguel EspinosaHijos de la medianoche, de Salman RushdieÍgur Neblí, de Miquel de Palol, y tantas y tantas otras… Siempre he considerado El Señor de los anillos, con su reutilización y recombinación de géneros (los mitos celtas, las sagas islandesas, la novela de aventuras, las óperas de Wagner) y su creación de una realidad y una historia alternativas, una de las primeras obras de la literatura posmoderna.

La Edad Media de «Juego de tronos» está dominada por la lujuria
Otra fuente importante de los «mundos secundarios» la hallamos en la idea de la «historia desconocida del mundo» tal como la expone H. P. Blavatsky en La doctrina secreta (1888). Helena Blavatsky cuenta una historia dividida en grandes eras separadas por cataclismos, que se parece mucho, en sus perfiles generales, a la de Tolkien. Más tardeRudolf Steiner retomaría esta «historia oculta» en sus escritos, en los que los continentes de Lemuria, primero, y de Atlántida, más tarde, tienen un papel crucial. El libro de Urantia, una obra gigantesca que fue durante muchos años el libro de cabecera del compositor alemán Stockhausen, también cuenta una «historia secreta» del mundo con otros continentes, otras razas, otra historia y otros dioses. En la «historia secreta» de Tolkien, Arda pasa por cuatro etapas: al principio es un disco plano dentro de una esfera; en la cuarta etapa comienza a girar alrededor del sol y es la humanidad, por fin, la que la domina.

El éxito de Conan
Lord Dunsany unió por primera vez el mundo de las hadas y el humano en su novelaLa hija del rey del país de los elfos, publicada en una época (1924) en que Tolkien ya trabajaba en El Silmarillion, su gran obra maestra desconocida. Hay otros títulos importantes: Conan el Conquistador (1950), de Robert E. Howard, un personaje que tendría una larga fortuna en el cómic; La espada rota (1954), de Poul Anderson, donde los humanos se codean con los elfos y los trollsPortadora de tormentas (1965), de Michael Moorcock, o Las espadas de Lankhmar(1968), de Fritz Leiber. Este último libro merece un comentario especial, no solo porque Fritz Leiber es quien acuñó el término «espada y brujería» con que suele designarse el género, sino porque esta novela presenta una clara alternativa terrenal y depravada al mundo casto y místico de Tolkien. La abundancia de escenas eróticas, el lenguaje grueso y la afición por los prostíbulos de los personajes de Leiber nos llevan directamente al mundo de Juego de tronos, de George R. R. Martin, cuya Edad Media aparece dominada por la más desenfrenada lujuria.

«El Señor de los anillos» mezcla mitos, sagas, aventuras y ópera
No cabe duda de que el gran clásico es Tolkien, que además de ser medievalista, especialista en inglés antiguo y estudioso de lenguas como el galés, el finés y el islandés, cuyas tradiciones literarias conocía a la perfección, vivió la guerra en su propia carne, y que quizá por esas circunstancias logró dar a sus obras una intensidad y una realidad que no suelen ser corrientes. El género oscila entre maravillascomo la Saga de Geralt, de Rivia de Sapkowski; la Terramar de Ursula K. Le Guino curiosidades como Dudo Errante (Riddley Walker), de Russell Hoban, con su fascinante inglés del futuro, por un lado, y sagas gigantescas como La rueda del tiempo, de Robert Jordan, cuyos miles de páginas suelen ocupar un mueble entero en las librerías y que, como las novelas de George R. R. Martin o las de Patrick Rothfuss, se sitúan claramente en el territorio de la literatura de entretenimiento.

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