Son las diez de la mañana en
Stevens Point (Wisconsin), y el termómetro pasa por poco de los cero grados. La
cafetería en la que espero al entrevistado es un lugar pequeño, familiar,
cálido. Un olor a pan recién hecho flota en el ambiente, que se agita cuando un
hombre alto, grueso y barbudo entra en el local. La camarera sonríe al recién
llegado y le prepara un té orgánico sin que este pida nada, mientras me
levanto a estrechar su mano. Va vestido tan solo con unos vaqueros y una
camiseta negra de la serie de televisión «Serenity». Viendo su porte humilde y
desaliñado pocos adivinarían que están ante un profesor universitario, y menos
aún que se encuentran ante uno de los autores de literatura fantástica más
famosos del planeta.
Su conversación tampoco lo deja
traslucir. En lugar de hacer como muchos entrevistados, que dedican las
primeras frases del encuentro a dejar constancia de su éxito o a reservarse
cautelosamente, Patrick Rothfuss tarda poco tiempo en reír a carcajadas,
inflando sus generosos y enrojecidos carrillos, mientras comenta el final de un
cómic de Batman. Su voz es suave y su mirada limpia, casi de niño pequeño. Una
inocencia que ha aprendido a esconder cuando posa para las fotos, consciente de
laimagen de intensidad que los lectores esperan en un escritor. Es el único
leve rastro de vanidad que deja entrever en las ocho horas que pasamos juntos.
Algo inaudito en un hombre que ha alcanzado dos veces lo más alto de la lista
de bestsellers del New York Times, ha sido traducido a 32 idiomas y vendido
millones de libros. En España ya pasa de 200.000 ejemplares con su primera
novela, «El nombre del viento», cuya continuación llegará el próximo jueves a
las librerías.
«Creo que el éxito de la saga de
Kvothe (se pronuncia Cuouz) se debe a que es diferente de las historias con
grandes eventos. En este caso el héroe no necesita de un ejército e inmensas
batallas, su drama personal es el de su propio crecimiento», afirma Rothfuss.
La trama de la trilogía narra cómo Cronista, un famoso bardo itinerante, llega
por casualidad a la remota posada de Roca de Guía, donde encontrará a un
posadero pelirrojo y de mirada penetrante. Enseguida se dará cuenta de que ese
es Kvothe, el Asesino de Reyes. Mago, ladrón y estudiante, cientos de leyendas
circulan sobre su nombre, pero aunque en ellas reside una pizca de verdad,
la verdad sobre su historia es aún más increíble. Kvothe se compromete a
contársela a Cronista a lo largo de tres jornadas, que se corresponden con cada
una de las tres novelas.
«El atractivo de Kvothe reside en
el secreto, en lo que va revelando sobre su vida», dice Rothfuss. A diferencia
de las historias de fantasía clásica, en la narrativa del autor de Wisconsin la
vida se refleja con toda su crudeza, sin elipsis ni estilizaciones. Por eso
Rothfuss admite sin ambages su conexión con Don Quijote. «Ambos son el mismo
tipo de personaje, héroes imperfectos en un mundo sucio y polvoriento que
intenta aplastarlos». Ríe cuando le digo que el mayor riesgo de «El temor de un
hombre sabio» es precisamente caer aplastado bajo su peso. Son 1.200 páginas de
letra apretada con 400.000 palabras. «Si juntaras los tres primeros libros de
Harry Potter y el primero de “Los juegos del hambre”, aún te faltarían
palabras», afirma con orgullo.
Dejamos la cafetería y subimos a
su coche, un anticuado y pequeño Ford que Rothfuss parece llevar puesto más que
subido en él. «Era de mi madre», dice por toda explicación. «Nunca me he
gastado más de 5.000 dólares en un trasto que solo sirve para ir de un lado a
otro». Conduce hasta su casa, donde me presenta a su mujer y a su hijo, un rarísimo
honor. El pequeño corretea descalzo por la casa, ajeno a que es una celebridad
en internet. Protegiéndole bajo el seudónimo de Oot, Rothfuss narra en su blog
las cosas que el pequeño le cuenta, y los fans le mandan mensajes y regalos. La
visita termina en una larga conversación en su despacho, situado en el último
piso de una destartalada casa de estudiantes que Rothfuss compró y ha
convertido en su lugar de trabajo. La planta baja está ocupada por montañas de
libros que el autor subasta en su blog. Recauda dinero para el Tercer Mundo, un
destino al que van buena parte de sus derechos de autor. Es una manera de
librarse de la presión de la fama, que cayó sobre él como una losa. «Era más
feliz antes. Ahora mi felicidad proviene de mi hijo y de mi ONG. Esto se ha
convertido en una responsabilidad». Tal vez por eso el suelo de su despacho
está alfombrado con decenas de versiones de la última parte de la trilogía, que
corrige obsesivamente y para la que no hay fecha aún. No puedo resistirme, tomo
una de ellas y leo la última página. Le miro con la boca abierta por el asombro
y me guiña un ojo, cómplice. Así es Rothfuss.